Sobre el informe Pisa

Adrián Tejeda
Sobre el informe Pisa

Hace unos días conocimos los últimos resultados del denominado informe PISA, el programa internacional para la evaluación de la calidad de los sistemas educativos de países encuadrados dentro del entorno de la OCDE.

Dicha iniciativa lleva funcionando desde principios de siglo y con ella se miden de forma objetiva la adquisición de competencias por parte del alumnado de esos países en ámbitos como la matemática, la lectura o las ciencias con un fin último: ayudar a mejorar de forma continua la calidad de la enseñanza de esos países identificando primero las posibles deficiencias, amenazas, oportunidades y también fortalezas, y a partir de ello, facilitar la definición de planes estatales que puedan ser implementados en pro de alcanzar la excelencia educativa.

Con esa misma idea, en nuestro país se pudo desarrollar en 2015 la anterior ley educativa, la famosa Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Educación (LOMCE), más conocida como Ley Wert, la cual sirvió para incorporar en nuestro sistema el trabajo competencial pleno, es decir, un enfoque educativo más pragmático que teórico destinado a dotar al alumnado de mayores habilidades y destrezas necesarias para moverse en un mundo complejo como el actual.

Se trató, sin duda,  de un paradigma  útil e interesante ya que gracias a ello, se pudo  implementar una forma de trabajo destinada a dotar de herramientas que permitiesen adquirir por parte del docente de una más amplia  visión del desempeño del proceso de Enseñanza-Aprendizaje.

Aún así y con todo, los resultados de la calidad en el sistema medidos en otras ediciones de PISA para nuestro país en general y para Extremadura en particular, no han arrojado una mejora sustancial del que se detectaba en esos momentos.

Es más, en el más reciente (2022) los resultados se han empobrecido dramáticamente con caídas abruptas en algunos territorios como Cataluña y el País Vasco. Extremadura sigue dentro de sus rangos habituales, lo que no quiere decir que éstos sean los mejores.

Hay que incidir que el desplome obtenido es global y que la retracción afecta a todos los países del entorno, si bien en algunos casos esto es muy acentuado (como es el caso de España). Algunas de las explicaciones que se han dado para intentan justificar dicha caída son por un lado, el efecto que la pandemia COVID haya podido tener en la comunidad educativa (a todas luces una realidad innegable) y por otra, los cambios que están aconteciendo en las sociedades occidentales lo cual está provocando un desajuste en lo que se está midiendo y en lo que se debería medir realmente.

Obviamente, el segundo argumento forma parte de las explicaciones que están sosteniendo  los defensores de las reformas que se están acometiendo en los sistemas educativos occidentales y que dan mucho más peso a elementos de nueva incorporación como los objetivos de desarrollo sostenible que establece la agenda 2030, y que incorporan el desarrollo curricular de aspectos como el bienestar emocional, la igualdad de género, la conciencia medioambiental etc, restando horas  y también el enfoque pragmático (otro hecho objetivo) a las enseñanzas tradicionales que sustentan el andamiaje de todas esas habilidades y destrezas de las que hablábamos antes.

Precisamente fue este uno de los motivos que condicionó la última reforma educativa y que dio lugar a la polémica LOMLOE o ley Celaa, la modificación de la ley anterior (La LOMCE). En el nuevo modelo se sigue respetando el sistema curricular competencial aunque con algunas modificaciones instrumentales de calado tales como la aparición de las situaciones de aprendizaje como modelo de trabajo, la modificación de los estándares de aprendizaje o la inclusión del mantra de “el suspenso es una excepción”, la verdadera puntilla de eso que se ha venido a llamar la cultura del esfuerzo.

Además de esto, hay que subrayar la importancia que en el contenido se otorga a todo el argumentario que citábamos anteriormente y que ha llevado a replantear las enseñanzas con un marcado sesgo ideológico dando como resultado productos tan singulares como las matemáticas emocionales o con perspectiva de género.

Sea como fuere y sin entrar en debates polémicos sobre la idoneidad o no de todas estas medidas que en ocasiones rozan la excentricidad, la realidad es que la reforma ya tiene per se un impacto en estas nuevas cifras PISA si tenemos en cuenta el año de su implantación (comenzó en el año 2021) y debemos evaluarla ya con los ojos críticos que se merecen. En este sentido hay que apuntar que las cifras, en general, arrojan los peores valores desde que existen registros a excepción de algunas comunidades y para ciertos ámbitos.

Es más que evidente, por lo tanto, que algo estamos haciendo mal, un mal que no hay que achacarlo sólo a los últimos tiempos (donde parece que el desastre se ha acrecentado) sino mucho más atrás.

Algunas voces hablan incluso de la necesidad de remontarse a los años noventa del siglo pasado, años de irrupción de la gran reforma educativa que trajo el sistema curricular de enseñanza a nuestro país de la mano de la famosa LOGSE, y que se ha ido metamorfoseando en varias leyes posteriores, algunas incluso nacidas ya muertas.

Sin duda, uno de los motivos de este fracaso estrepitoso ha venido condicionado por esa falta de consenso que ha existido a la hora de plantear una hoja de ruta con visos de éxito a nivel gubernamental. Los cambios han sido continuos y la inestabilidad también quizás que promovidos por esa obsesión del poder político de controlar el sistema educativo para con sus propios fines. Realmente, da la sensación de que la calidad educativo ha importado poco hasta ahora y que han sido otros los objetivos perseguidos con las sucesivas reformas.

Sin duda es imprescindible un gran pacto nacional por la educación en la que el sesgo ideológico se mantenga fuera del tablero de juego para que desde ahí y tras un consenso político amplio se esbocen los pilares que deben sustentar una educación pública adaptada a los retos que tiene el país (que no son pocos), toda una utopía en tiempos de trinchera y de frentismo como en el que vivimos.

El panorama es sin duda bastante desalentador. Veremos que sucede.

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