¿Ceguera intelectual voluntaria?

¿Ceguera intelectual voluntaria?

Si la humanidad ha progresado desde la ameba al hombre actual, es porque ha sido dotado de sentidos que reconocen la realidad y del entendimiento que nos permite la verificación y la proyección de la ciencia.

El problema de las fronteras, de los límites, de la piel

Estamos ante un problema serio de identidad, de distinción de las cosas porque los conceptos, las esencias, las definiciones, están en crisis. Hay una tendencia a eliminar las distinciones, las lindes que separan unas cosas de otras y permiten la identificación, su conocimiento objetivo.

Todo lo material está compuesto de átomos y los átomos, de partículas, y así hasta la materia indeterminada. Todo se puede igualar por abajo, por lo ínfimo. Una especie de degradación sistemática nos hace partes iguales de un todo igual.

Los conceptos, el dar nombre a las cosas es “momificarlas”, según Nietzsche. La palabra clave es el flujo, el devenir, que se contrapone al ser de las cosas. “Nada es, todo cambia”, de Heráclito; pero, para que algo cambie, tiene que haber algo y la nada no cambia, no puede cambiar porque no existe.

Se explica la especie por el género, el género por el grado inferior y así sucesivamente hasta quedarlo todo “DILUIDO”, “DECONSTRUCCIÓN”, palabra clave para la nueva ideología en que todo el mundo es un río global. Todo fluye a velocidades mayores que el río. Las galaxias, la Tierra, el Sol, caminan a velocidades infinitamente mayores que el agua de un río.

Se pretende DILUIR los conceptos, las esencias, las diferencias, todo va caminando en el flujo, en el devenir de las cosas. ¿Existe la duración? ¿Nada es? ¿Nada dura? ¿No es esto una ceguera intelectual inasumible? ¿De qué hablamos si nada es identificable, si nada puede definirse, delimitarse, porque todo es flujo? ¿Tenemos sentidos? Vista, ¿para qué? Tacto, ¿para qué? ¿Los sentidos tienen algún “sentido” si no sirven para identificar las cosas? Si el concepto que define, que da fronteras a las cosas, no sirve, ¿por qué serviría la apariencia? ¿o también las apariencias quedarían momificadas si las definimos? ¿Hay alguien que pueda trabajar con absolutos? Nadie pretende una verdad absoluta, porque estamos entre humanos y todo se basa en la “relación”, y las relaciones no pueden ser absolutas.

¿Definimos el flujo?, ¿por qué no? ¿También se convertiría en momia? ¿Por eso no quieren que se defina? ¿Cómo es posible la ciencia si no hay nada verificable, nada que se pueda considerar en una mínima duración? ¿Existen monumentos, castillos, iglesias, murallas, que duran siglos? ¿o también se puede negar la duración de las cosas? ¿Qué clase de ceguera intelectual nos permitiría negar una evidencia universal? ¿Qué ceguera intelectual puede negar los proyectos humanos, las realizaciones humanas y nuestra propia realidad corporal, la duración (a pesar del tiempo) del propio sujeto personal, a pesar de sus variantes en la vida?

El pecado original de Nietzsche es la fuente de la deriva intelectual de algunos filósofos, que desemboca en el transhumanismo y posthumanismo, en definitiva, en el antihumanismo.

Nietzsche puso el foco de su pensamiento en el puro devenir, como contrapuesto al ser, y esto le llevó a un nihilismo radical. El devenir se contrapone, de hecho, al ser; pero el devenir no deviene, no hay cambio sin ser que cambie. Parece que la “atracción de la nada” provoca en algunos la ceguera intelectual ante la duración del ser en el cambio de modo de ser. ¿Quién puede negar la evidencia de las cosas que duran, algunas incluso siglos, verificable por toda la humanidad?

Somos conscientes del devenir, pero el devenir no tiene entidad ontológica propia si eliminamos el ser que cambia. No hay devenir sin ser.

Querer reducirlo todo al flujo, al devenir, es negar la evidencia que nos ha permitido conocer y vivir entre las cosas distintas, diferentes, con límites, con fronteras, con piel. Si no podemos dar testimonio ni de nuestro propio cuerpo, ni que la piel nos permita sentirnos diferentes de lo que nos rodea, sería como la reducción de todo el progreso de la humanidad a lo más elemental, a la indefinición total de la materia, de nuestra propia materia como seres humanos.

Este intento de disolver los conceptos, las esencias, los límites, parece un error voluntario de consecuencias desastrosas para la humanidad.

Somos conscientes del devenir constante, del río universal moviéndose a velocidades enormes. Pero esto no nos impide para poder identificar, con los simples sentidos, la distinción de las cosas, de la duración y de los proyectos de la ciencia hacia el futuro, apoyados en la duración de las cosas.

Si la humanidad ha progresado desde la ameba al hombre actual, es porque ha sido dotado de sentidos que reconocen la realidad y del entendimiento que nos permite la verificación y la proyección de la ciencia.

Puede ser muy interesante que el entendimiento no tenga fronteras para intentar conocer toda la realidad; pero del hecho del devenir de las cosas, no podemos llegar a negar las mismas cosas que cambian de modo de ser.

No hay vasos comunicantes entre el ser y la nada. “El ser no tiene dónde ir fuera del ser”. Por lógica, el SER no tiene salida fuera del ser, es eterno.

El problema de las fronteras tiene un calado muy superior al que se le pretende dar. Las cosas sin límites, sin fronteras, no son identificables, o no son, o tienden a dejar de ser. ¿Qué sería un cuerpo sin fronteras, sin piel, desollado? ¿Qué distinción habría entre dentro y fuera del cuerpo humano sin la frontera de la piel? Incluso esto lo pretenden justificar. ¿Cuerpo sin órganos? ¿Órganos sin cuerpo? ¿Hombres máquina?

La inteligencia artificial parece que prefiere el gran campo uniforme de las cosas sin fronteras, o con las mínimas posibles, para manejar lo cuantitativo a escalas astronómicas. Pero la realidad tiene fronteras. Hay diferencias entre el hombre y las cosas materiales, aunque todos estemos hechos de átomos y de partículas elementales. Distinguimos entre un hombre y un átomo o una partícula elemental, o el arjé.

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