De una carta al rector
Y todo viene a cuento, porque el otro día en una charla en un bar, que en España un bar es más que la cámara alta o baja, caí en la cuenta en acalorada discusión con otro parroquiano, que hay personas que dirigen cátedras sin ni siquiera haber pasado por la universidad.
Hace unos días escribí una carta y confieso que hacía tiempo que no me enfrentaba a una situación tan sumamente difícil, porque si dificultoso es lidiar con un folio en blanco, no lo es menos que los sufridos dedos de la mano diestra, vuelvan a retorcerse con un bolígrafo; porque mira que es fatigoso domar un BYC cual si fuera un Mustang de las praderas, pero como era una carta muy especial, decidí dejar de lado por un momento teclados y guasaps.
Recordé vagamente, que cuando una carta es de alto protocolo, se debe poner en el margen superior izquierdo el destinatario, amén del sobre; así que por ahí empecé, no sin antes consultar san Google para cerciorarme del trato al destinatario según el protocolo. Y como en este caso era al Rector de la Universidad de Extremadura, comencé mi atrevida andadura con un Rector Magnífico que es el trato que recibe ese señor.
Llevaba tiempo rumiando mi jugada y como en este bendito país llamado España todo vale y la ignorancia es tan atrevida, allá que me fui folio abajo, indicando al Magnífico mis sueños e ilusiones desde muy temprana edad, pues desde que tengo uso de memoria, siempre quise ser “médico” pero no un médico cualesquiera no, un médico cirujano de los de bisturí en mano, no confundir con un “sangrador o cirujano barbero” como Rodrigo de Cervantes, padre del rey de las letras, no, uno de verdad, como el de la novela de Noah Gordon.
Y todo viene a cuento, porque el otro día en una charla en un bar, que en España un bar es más que la cámara alta o baja, caí en la cuenta en acalorada discusión con otro parroquiano, que hay personas que dirigen cátedras sin ni siquiera haber pasado por la universidad, así que por qué no ser director de una cátedra de medicina en la modalidad de cirugía, total en este país todos somos iguales ante la ley, menos el Rey claro, y alguien más que habría que incluir en la Carta Magna.
Como una carta de esta magnitud hay que desarrollarla cual si fuera el anteproyecto de una obra de ingeniería civil, planteé primero mis antecedentes y me remonté a un antepasado médico que dirigió algo, no recuerdo qué, en los tiempos del Generalísimo y tras los antecedentes, la experiencia y reviví aquellos años de bachiller en el laboratorio del instituto, cuando en clase de ciencias, cada uno se presentaba con su propia rana, la plantábamos boca arriba bien sujetos los miembros, tomábamos éter sobre algodón y la sedábamos, algunas de aquellas anfibias criaturas yo creo que hasta roncaban de puro placer, para luego con firmeza y delicadeza, abrirlas en canal para ver los latidos del corazón y los movimientos vasculares o bronquiales.
A fin de cuentas, el cuerpo humano es como el de una rana o un sapo, digo yo, y si no ahí está la rana Gustavo que habla con más propiedad que el Urtasun ese, bueno ese tira más para batracio y todo eso con mi ilegible letra de receta médica, claro.
Y así llevo unos días esperando la respuesta del Magnífico Rector, aunque me quedé un poco contrariado cuando leí el otro día en un diario, que habían denunciado a una persona por ejercer la medicina en un pueblo de la España profunda, sin titulación y que al parecer es un delito muy grave. Nunca entenderé ni dejarán de sorprenderme estas cosas que pasan en este bendito país llamado España, puedes dirigir una cátedra sin un título ni haber pasado por la uni, puedes decir que mientras mueren más de mil personas al día por una endiablada pandemia, sigues los consejos de un comité de expertos, entendemos que doctos en medicina, y que sin embargo conforman la “limpiacristales” de la Moncloa, con todos mis respetos a tan noble trabajo, el que cava las berenjenas presidenciales, que también merece mis respetos y algún portero de luces de neón y sin embargo, no puede ejercer la medicina en un pueblo cualquiera.
Yo por si acaso voy a seguir reclamando mi cátedra, aunque a lo mejor tengo que cambiar mis apellidos por otros más nobles o convertir mi ojete en el hangar donde aparca el falcon.
Qué cosas, total por una mísera cátedra...