Nadie podrá decir nunca que no lo intentamos

Nadie podrá decir nunca que no lo intentamos

"Nosotros (unos cuantos locos e idealistas) quisimos cambiar el ciclo de los tiempos corcheros aportando senderos por donde huir del cadalso que ahora vemos tan de cerca y no fue posible". 

Todos tenemos profundas identidades, cunas que aguardan en el último rincón de nuestros pensamientos y en donde nos dejamos caer cuando la orfandad hace mella en el autoconcepto que tenemos de nosotros mismos.

En esas identidades, o mejor dicho, en la forja de todo el mestizaje de cosas en el que nos hemos convertido, mucho tiene que ver la atmósfera que nos embriaga en cada hálito que respiramos: sí, el ambiente como sello específico de nuestra personalidad, un atributo tan significativo como el mismo acervo génico que contiene la esencia de la vida.

De eso nos habló Marshall, aquel economista que teorizó en cómo el contexto de los entornos industriales genera una especie de Homo singularis entregado a un modus vivendi donde las actividades productivas que ejecutan las gentes de un entorno específico adquieren tanta importancia que se acaban fusionando con la esencia cultural de sus realidades particulares. 

Dicho concepto (el de los distritos industriales, que es como se llama) ha sido estudiado hasta la saciedad por el mundo académico desde hace tiempo (en Extremadura tenemos grandes exponentes en la materia como es el caso del profesor Parejo Moruno en la UEX), y gracias a todas las aportaciones científicas (y humanísticas) que se han obtenido, podemos llegar a encontrar explicación a los comportamientos humanos de los territorios: esa es la fuente del Nilo en la que hay que beber para encontrar sentido, por ejemplo, a la importancia suprema  que la explotación corchera tiene para el desarrollo en la región y particularmente para ciertas comarcas  donde el alcornoque es su tótem.

Pero esto no siempre fue así: de hecho, hay que saber que se trata de un ecosistema (el corchero, claro) relativamente nuevo, que ha sufrido cambios notables y que seguirá sufriéndolos de acuerdo con las tendencias que inducen transformaciones económicas sociales y medioambientales en los lugares donde el corcho ha tenido y tiene presencia. Como sabemos, todo empezó con Don Perignon, en Francia, y de ahí a España y a Portugal. En ese contexto ha habido sucesivas reorganizaciones del negocio a nivel mundial  siendo la actual poco favorable para nuestros intereses particulares (a nadie le gusta ser despensa de otros, digo yo).

Esto hecho, lejos de tranquilar el alma,  atormenta a uno aún más porque las evidencias son las que son y el pronóstico no es muy favorable ni para el presente ni para el futuro cercano (no digamos para el más allá después del tiempo…).

La gallina de los huevos de oro ya no muestra su porte lustroso de antaño sino el sopor de los estertores que da la parca cuando acecha cerca, porque  el panorama no es halagüeño y las tratamientos en formas de soluciones para evitar el trágico final no existen.

De nada vale encomendarse al “ya vendrán otros si se van lo que están” tal y como proclaman los mistagogos de la inanición ante el desangre continuo que provoca el cierre de las empresas: dejar todo a merced de las inercias del mercado y continuar en esta especie de muerte programada en la que estamos inmersos, ¿es una solución? Duele en el alma y no entiendo cómo no hay  un levantamiento generalizado ante tan pobre receta. Pero el pueblo extremeño es así, trabajador, humilde pero sumiso, dócil y aleccionado.

Nosotros (unos cuantos locos e idealistas) quisimos cambiar el ciclo de los tiempos corcheros aportando senderos por donde huir del cadalso que ahora vemos tan de cerca y no fue posible. Generamos ilusión e hicimos lo que pudimos y casi lo logramos (impensable hasta donde llegamos) pero el contexto nos puso en la realidad de las dificultades y poco a poco todo se apagó. Una pena.

Ahora, después de diez años, analizando con perspectiva aquella experiencia casi novelesca, uno siente saudade y resquemor por no haber conseguido lo que nos propusimos aunque por otro lado también cierta satisfacción por haber hecho todo lo que estuvo en nuestra mano. Nadie podrá decirnos nunca que no lo intentamos.

Ojalá que todo cambie y que aparezca un nuevo futuro para un negocio tan importante para la región aunque éste se construye con las manos, con medidas y con políticas concretas, y de eso parece que no hay mucho interés por ninguna de las partes.

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