Hiprogresía
Y no hay cosa que más odio suscite entre las personas que la mentira desvelada, sobre todo cuando la misma afecta al dogma de los seguidores de corazón que son los que antes repulsan del ídolo al que han aclamado antes con vítores y rosas, ya que el resto (los infieles) no lo teníamos en consideración desde nunca (para nosotros es una demostración más de su mentira).
No está siendo una buena temporada para el hipogresismo patrio, no.
De hecho, no hay semana de los últimos tiempos en los que no se sucedan acontecimientos con los que se desenmascaren a los personajes que agitan las banderas de una ideología que se presume como redentora del mundo y con la arrogancia suficiente como para diferenciarnos a todos entre buenos (los que secundan su credo) y los malos (el resto).
Cuando el jueves por la tarde empezaron a escucharse las primeras noticias sobre el caso Errejón lo primero que sentí fue el de un asco natural propio de cualquier persona con el mínimo decoro que pueda tener entre sus principios de pensamiento el del respeto al prójimo, la libertad y la igualdad entre todas las personas, atributos que, por otro lado, tipos como el presunto acosador de Vistalegre nos venía a predicar y a evangelizar a los de la fachosfera (es decir, a todos aquellos que no nos tragamos sus discursos buenistas, utópicos y regresivos).
Más tarde el estupor pasó a una cierta calma propia del que se sabe escéptico, una virtud que le hace mirar a la política con muchas reservas, y que cree que al final, como decía Escohotado, la verdad se defiende sola puesto que basta con que haya un hecho sustancial que haga del amigo un enemigo, por ejemplo, para que la inercia de las cosas a veces permita descubrir las verdades ocultas que se esconden detrás de la máscara del demagogo, del verdadero encantador de serpientes, del vendedor de humo sin escrúpulos capaz de decir una cosa y hacer la contraria casi sin pestañear, un arte que en estos tiempos que corren está llegando a un nivel superior de perversión.
Y en ello mucho tiene que ver el hecho de que los límites que han sostenido mínimamente los conceptos de lo que es bueno para no confundirlo con lo que es malo, son tan difusos que casi ya no existen. Es decir, la palabra cae por la boca de los aulladores con piel de cordero (o con cara de adolescente bueno, en este caso) casi como lo hace una brizna de hierba cuando hay una ráfaga de aire, agitándose aquí y allá pero sin depositarse en ningún sitio ya que ahí quedaría incrustada como algo inalterable, un hecho al que temen los que creen que la palabra vale lo que la causa así requiera.
Esta es una estrategia muy propia de los demagogos (como es el caso de Errejón, claro), de aquellos príncipes a los que les hablara Maquiavelo en estos términos en su famosa obra:
Cualquiera puede comprender lo loable que resulta para un príncipe mantener la palabra dada y vivir con integridad y no con astucia; no obstante, la experiencia de nuestros tiempos demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con su astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad.
Es decir, para El príncipe, la palabra dada (mucho más la predicada con ahínco) debe ser relativa o al menos debe tomarse como un obstáculo fácilmente salvable cuando hay que incumplirla (o violarla).
Hasta ahí todo bien en el sentido de entender que todos estos farsantes siguen al dedillo el dictado de Maquiavelo, pero es que en este caso hemos tocado hueso y de ahí la rápida resolución.
Seguimos con lo que decía el político florentino:
(..)el príncipe tiene que pensar en evitar cualquier cosa que pueda provocar odio y el desprecio; siempre que consiga evitarlo habrá cumplido con su deber, y las demás infamias (que haya podido cometer) no supondrán para él ningún peligro.
Y no hay cosa que más odio suscite entre las personas que la mentira desvelada, sobre todo cuando la misma afecta al dogma de los seguidores de corazón que son los que antes repulsan del ídolo al que han aclamado antes con vítores y rosas, ya que el resto (los infieles) no lo teníamos en consideración desde nunca (para nosotros es una demostración más de su mentira).
Por lo tanto, está claro que el (nuevo) príncipe de las tinieblas ya está sentenciado por la propia mugre que él mismo denunciaba, acabe entre rejas o no acabe. Punto final.
Paradojas del destino y destino propio que le espera tarde o temprano a todos los tiranos que suelen acabar víctimas de sus propias contradicciones (“el personaje contra la persona” decía el indeseable en su justificación injustificada).
Debemos seguir creyendo en la justicia (el único pilar que nos queda intacto en nuestro Estado Liberal), tener paciencia y no desistir.
Y ahora que pase el siguiente.