Tiempo para esperar
Ahora que empezamos un nuevo año cargado de metas que casi seguro vamos a incumplir, nos damos cuenta de la velocidad a la que circula todo cuanto nos rodea. Los años parecen meses, los meses es como si fueran semanas y los días se pasan en cuestión de minutos.
Nos debatimos entre el antes y el después, el pasado y el presente, y casi sin darnos cuenta acabamos de arrancar la última hoja del calendario. Hemos ganado muchas cosas, pero hemos perdido otras que son irrecuperables. Y lo peor de todo es que mucho de lo que hemos dejado en el camino tenía corazón.
Ahora que empezamos un nuevo año cargado de metas que casi seguro vamos a incumplir, nos damos cuenta de la velocidad a la que circula todo cuanto nos rodea. Los años parecen meses, los meses es como si fueran semanas y los días se pasan en cuestión de minutos.
Sorprende que recibamos con tanto júbilo a un año que no sabemos lo que nos traerá, como si todo lo que viniera fuera a ser mejor que lo que tuvimos. Somos como aquellos niños a los que tiraban de las orejas cada vez que cumplían años. Maldita manía la de los mayores, que les ponían los orejones calientes a rabiar y rojos como un tomate. Eran otros tiempos y -por mucho que digan que no hay que mirar al pasado-, sin duda mejores que los de ahora.
La vida nos regala batallas que en ocasiones se ganan y en otras se aprende. En la sociedad de las prisas aún no hemos aprendido que sólo son afortunados aquellos que tienen tiempo para esperar. Y el futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños.