¿Es la política incompatible con la verdad?
El esfuerzo de muchos para hacer de la política algo serio y firme, que pueda servir a todos, con los valores comunes, que en principio nadie podría rechazar, si los analizamos con cierto rigor, parecen al final como imposibles de realizar.
¿Cuál es el problema, o los problemas, que hacen imposible un entendimiento firme, sólido, en política?
Quizás, el primer problema para ser rigurosos en política y que se pueda hablar seriamente de la verdad, es que el lenguaje común no está hecho para la ciencia, para el rigor conceptual, sino para el entendimiento entre las personas sin el rigor de la ciencia.
El lenguaje corriente en que se expresa la sociedad en general, no es científico, no es riguroso, está sometido al compromiso, al arreglo, al entendimiento, que no tiene mucho que ver con la verdad.
El poco más o menos es propio del “CONSENSO”, del acuerdo entre opiniones e intereses dispares.
Estas “componendas” no pueden tomarse como principios firmes.
La razón no es universal, o mejor dicho, su universalidad se filtra a través de las cabezas e intereses individuales. La razón es la razón concreta que pasa por la cabeza de los que razonan.
Los acuerdos sociales no tienen que ver con la verdad rigurosa de la realidad. El acuerdo entre personas y grupos distintos se nutre de opiniones, no de verdades, y entre las opiniones se trata de llegar al compromiso de buena fe, pero no científico.
El suelo político está lleno de trampas conscientes o inconscientes. No hay un solo principio que no admita excepciones. Es cuestión de cimientos, de base sólida e inamovible.
Si queremos hacer un gran edificio en el que quepamos todos, con las diversas opiniones, valores y deseos, pero queremos hacerlo en el aire, sin una cimentación sólida, este edificio es incapaz de aguantar los vendavales ni las tormentas inevitables.
No es esto una postura pesimista que vea imposible el entendimiento en una sociedad humana. Por el contrario, tratamos de ver dónde están las claves del fracaso y buscar el suelo más firme posible para poder andar sobre él sin que nos engulla cualquier trampa disimulada en el propio terreno.
Empezamos por afirmar que el suelo de la política no es tan seguro como el de la ciencia y, por tanto, necesitamos establecer una cierta seguridad de la base para construir el entendimiento de la comunidad.
Supuesta la buena fe, es importante ponerse de acuerdo en los valores fundamentales y, quizás, con otra terminología, ponernos de acuerdo en el valor determinante que diera sentido a todos los demás y por grados sucesivos.
La “verdad” en política está ligada al mayor o menor consenso, pero no es una cuestión intelectual. La política es un arte ligada al éxito, no solo a la intención. Al político se le juzga por sus obras, no por sus intenciones.
La “verdad” en política está más ligada a la satisfacción de las necesidades comunitarias que a la coincidencia rigurosa entre lo que pensamos y lo que son las cosas.
Por otra parte, el valor y reconocimiento político dependen, en gran parte, de la urgencia y de la mayor o menor exigencia de determinadas minorías o mayorías.
La verdad no basta en política porque no se busca la verdad, sino un resultado, una eficacia. Como ejemplo, podemos poner el buen pintor al que se mide, no por la buena intención de pintar buenos cuadros. Se le mide por el cuadro hecho, no por la intención declarada. Esto es justamente lo contrario de la ética, que se mide por la intención y no por el éxito.
La buena fe sucumbe, con frecuencia, ante los egoísmos individuales o de grupo y las trampas sobre los principios comunes como la justicia, la equidad, la reciprocidad, etc.
La política nace para solucionar problemas, los más elementales de la supervivencia y el progreso, y satisfacción de una sociedad que avanza y exige cada vez más derechos y más progreso.
La verdad en política, de hecho, es una verdad interesada, sometida al interés de cada individuo, de cada grupo, y al equilibrio entre los diversos elementos que componen la sociedad.
Independientemente de la problemática de un suelo político firme, los autores del compromiso (como la Constitución), deben tener muy claros los principios fundamentales que den sentido al conjunto. Una cosa es que no se pueda poner en práctica el rigor de la ciencia o de la verdad, y otra cosa, que los autores de ese entramado no tengan unas ideas rigurosas que puedan dar sentido al conjunto. Las convicciones firmes deben estar detrás, o sosteniendo, a todo el entramado social que no puede ser tan riguroso y firme como la ciencia; pero deben apoyarse, en la medida de lo posible, en el rigor intelectual de la misma.