Adiós, Guillermo, adiós
Esta es la historia de un agravio. Y de una injusticia; una tremenda injusticia que se inició hace 16 largos años. Radio Interior se presentó al concurso abierto para la concesión de la explotación del servicio público de radiodifusión sonora en frecuencia modulada para 12 emisoras privadas de carácter comercial en Extremadura. Durante meses nos afanamos en redactar 12 proyectos distintos para adaptarnos a los requerimientos de lo establecido en el pliego de prescripciones técnicas. Sacrificamos cientos de horas de nuestros ratos libres, sábados y domingos incluidos, mientras otros hacían "copiaypegas" porque tenían la certeza de que serían los afortunados.
El 14 de agosto de 2009 era viernes, víspera de la festividad de la Asunción de la Virgen, fiesta nacional. Era la fecha idónea para cometer una tropelía capitaneada por Guillermo Fernández Vara que consistía en regalar las emisoras de radio a los dirigentes de algunos de los más importantes grupos de comunicación del país con los que previamente se había negociado frecuencia a frecuencia.
Radio Interior, que logró reunir 550.000 euros en avales para la licitación, no obtuvo ninguna emisora. El lunes, el entonces presidente de la Junta de Extremadura presumió ante un grupo de voceros que acababa de resolverse el concurso más limpio y transparente de la historia de la radio en España. Tanto descaro e inmoralidad tuvieron una respuesta inmediata por nuestra parte y presentamos recurso ante la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura.
La sentencia número 1345/2013 de fecha 18 de diciembre de esta misma Sala dejó en evidencia a Guillermo y a quienes acataron sus órdenes. La dureza de la sentencia, confirmada posteriormente por otra de fecha 20 de abril de 2018 de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo, echaron por tierra la credibilidad de un líder venido a menos. Desde entonces Fernández Vara perdió su dignidad como político, pero también como persona.
Ahora que ha anunciado su segunda retirada, muchos le despiden con elogios, unos porque sienten sinceramente que se ha entregado a Extremadura y otros porque puede más su hipocresía que su dignidad. Pero Fernández Vara ya estaba sobrando en Extremadura. No es que lo diga yo, es que me lo llevan confesando diariamente muchos de los que ahora le dan la palmada en la espalda en su penúltimo adios.
Cada cual cuenta la feria según le va. Unos se han tragado la libertad de expresión por exigencias del guión, que no es otro que el reparto de publicidad institucional, y otros han navegado entre dos aguas por la imperiosa necesidad que guía sus vidas de ponerse siempre de perfil. Y luego estamos el resto, que somos contados, los que no esperamos nada ni de unos ni de otros, los que hemos levantado nuestra empresa y nuestras vidas con maratonianas jornadas de trabajo en las que nos obsequiaban con demasiada frecuencia con palos en las ruedas.
Más de tres lustros, miles de días agotados en el calendario, y ni una muestra de arrepentimiento, de perdón. Tanta dureza en dos sentencias fulminantes y ni una sola palabra para reconocer un error. Y para colmo, amenazando desde la Administración prepotente hasta última hora, convirtiendo a los infractores en adjudicatarios y a los legítimos propietarios en perseguidos. Adiós, Guillermo, adiós. Bendito y con Dios vayas.