Viento sur

Amanece sobre la bahía y con las primeras luces, el cielo se tiñe de grana y oro, mostrando un espectáculo sin igual, no en vano dicen que la bahía de Santander es la novia del mar. Estoy sentado sobre un banco frente a Peña Cabarga, un peñón que está al otro lado.

Las primeras gaviotas ya surcan los cielos con su chirriante graznido, debe ser agotador para una gaviota pasar el día graznando; a mis espaldas el precioso Paseo de Pereda, donde las rosas se desperezan plomizas por el rocío de la madrugada; qué débiles son las rosas, siempre a disposición del déspota jardinero que las decapita. En el centro del jardín, la fuente de los meones, niños con aspecto de angelones que mean día y noche.

A mi derecha el Centro Botín, un centro cultural de la Fundación del Banco de Santander, en voladizo sobre el mar, con su deslumbrante corpachón similar al brillo de un euro recién nacido. Junto a él, la grúa de piedra, una grúa de principios del siglo pasado, testigo mudo del esplendor del puerto. A mi izquierda los raqueros con sus oxidados cuerpos de bronce. Es curiosa, curiosa y triste, la historia de los raqueros, para algunos como los marineros ingleses, saqueadores de barcos, de ahí su nombre, para otros una mera atracción de circo. En realidad, niños desnudos sin nada que llevarse a la boca, que pasaban el día vagabundeando por el puerto, hasta que llegaba el jactancioso altanero de turno y para impresionar a una dama o por mero divertimento, lanzaba una moneda al fondo de la bahía y los pobres y desesperados niños se lanzaban a por ella, era la terrible atracción de los pudientes, contemplar cómo los niños se jugaban la vida por una perra gorda, algunos ni siquiera salían a flote. Hoy son un conjunto escultórico que recuerda la crueldad de los despiadados.

Un poco más al oeste y escondido entre los árboles, el Palacio de la Magdalena, otrora casa real con su mini zoo y sus simpáticas focas y pingüinos.

Sopla viento sur y cuando esto sucede, la bahía se enfurece y vuelve brava y peligrosa, tanto, que remueve el fondo y las miles de toneladas de fango y arena la hacen intransitable, el sur, que curiosamente es donde está Marruecos, es una máquina del fango, impidiendo que los mercantes y sobre todo el ferry que hace la ruta con Inglaterra dos veces por semana, atraque en el puerto y la prosperidad quede en punto muerto.

Por eso una gigantesca draga va dragando el fondo -valga la redundancia- preparando canales para que los barcos transiten por ellos y no queden varados en la arena, sería una catástrofe si eso sucediera, porque entonces los cargueros marcharían a otros lugares.

La mañana avanza, las gaviotas deambulan luchando frente al ingobernable sur y las rosas se cimbrean como si el viento las fuera a tronchar.

Las olas amenazan con saltar el espigón, al tiempo que los pequeños barcos que realizan el transporte de pasajeros entre los distintos pueblos de la bahía, amagan con volcar, algunos estarán acostumbrados a este vaivén, los que no, volcarán los fluidos de sus entrañas sobre la cubierta.

Es un día cualquiera en la bella ciudad de Santander y aunque todo parece estar en su sitio, es el fiel reflejo de la España que nos ha tocado vivir, porque cuando ruge el viento sur, parece que todo se fuera al fondo del mar, como las monedas de los raqueros en un fondo de fango y arena o la cubierta de un barco llena de vómitos.

Pronto habrá elecciones, otra campaña más, más fango, las gaviotas surcarán los cielos y las rosas seguirán a expensas de la tiranía del jardinero; ojalá una enorme draga como la de la bahía de Santander, abra un canal por que el que pueda surcar el barco de este bello país llamado España y los autócratas dejen de tratarnos como a raqueros.

No me extraña que Benito Pérez Galdós escribiera aquí sus Episodios Nacionales desde su casa bautizada San Quintín, aunque parece que nada hubiera cambiado desde entonces más que el nombre del jardinero.

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