Silencio, incienso y memoria: el Cristo del Rosario volvió a procesionar en Ribera del Fresno tras más de medio siglo
La localidad extremeña revive una de sus tradiciones más antiguas con la salida extraordinaria del Cristo del Rosario, una imagen del siglo XVI restaurada para recorrer las calles en un Vía Crucis lleno de fe, emoción y símbolos compartidos.
El Miércoles Santo de 2025 no será un día más en la historia de Ribera del Fresno. Tras 56 años de silencio, la imagen del Santísimo Cristo del Rosario salió nuevamente a la calle, en una procesión marcada por el recogimiento, la emoción colectiva y la recuperación de una tradición que parecía perdida.
En un clima de expectativa e incertidumbre por la amenaza de lluvia, los vecinos vivieron una jornada histórica que unió generaciones enteras en torno a una de las devociones más antiguas del municipio.
La cita no solo supuso el reencuentro de la imagen con su pueblo, sino también una experiencia espiritual que se tejió entre símbolos, memoria y una cuidada puesta en escena por parte de la Hermandad y Cofradía del Vía Crucis del Santísimo Cristo del Rosario de la Vera Cruz. Una hermandad joven en estructura, pero heredera de una larga tradición que se remonta al siglo XVI.
Una imagen renacida para un pueblo que la esperaba
El Cristo del Rosario, tallado en 1569 por el escultor Jerónimo de Valencia, ha sido recientemente restaurado para recuperar su expresividad y dignidad.
La recuperación de esta talla histórica —propia de la escuela castellana— ha sido uno de los grandes acontecimientos patrimoniales del año en Ribera del Fresno. Así lo explica el párroco, don José María Redondo Pilo: “Se ha recuperado una joya del patrimonio artístico de la localidad. Esta imagen se diferencia de nuestra habitual imaginería andaluza, y su regreso enriquece el legado cultural y espiritual de nuestro pueblo”.
La procesión ha tenido lugar dentro de los actos de conmemoración del 50º aniversario de la canonización de San Juan Macías, santo nacido en Ribera y considerado único santo extremeño de la evangelización de América. Él es también el Patrón de los Emigrantes, y este año su figura ha servido de hilo conductor para otras celebraciones religiosas que han reforzado el sentido de pertenencia y comunidad.
Preparativos entre nervios, lluvia y esperanza
Desde primera hora del miércoles, los cofrades se movían entre la ilusión contenida y el temor a que la lluvia truncara lo que tanto tiempo llevaban preparando. “Muchos nervios, porque no era una procesión cualquiera”, confiesa el capataz Isidro Suárez Sánchez. “Era un Vía Crucis que debía pasar por calles muy simbólicas de la zona antigua, y la mayor emoción era que el Cristo volviera a la que fue su casa, el Cristo de las Misericordias 'Viejo'”.
La misa comenzó puntualmente a las 21:00 horas. Mientras en el interior del templo se oraba con devoción, fuera, el cielo comenzaba a ofrecer una tregua inesperada.
Cuando terminó la eucaristía, el suelo seguía seco y las nubes se abrían dejando ver algunas estrellas. “Todo cambió de repente”, recuerda Suárez, “empezamos a sentir una alegría y una fuerza que solo pueden explicarse desde la fe”.
Entonces, todos los cofrades se encerraron en la iglesia para preparar una salida nunca antes vista en la localidad. Desde la plaza del Ayuntamiento, tres cofrades llegaron a la puerta con hábito; uno de ellos hacía sonar la matraca.
Llamaron dos veces, y las grandes puertas de la parroquia se abrieron dejando ver, entre la niebla de los incensarios, la silueta del Cristo con sus cuatro antorchas encendidas. El silencio era absoluto. El rostro del Cristo, iluminado tenuemente, pareció mirar a su pueblo por primera vez en décadas.
El cortejo: solemnidad, juventud y simbolismo
La salida se organizó con un protocolo preciso, que combinaba tradición e innovación. La cruz de guía abría la marcha, seguida de los estandartes de otras cofradías ribereñas, penitentes con cruces al hombro y cadenas atadas con candados, y un cofrade portando el símbolo del Cristo: una cruz con corona de espinas y sudario, donada por una familia local de forma anónima.
Detrás, el capataz dirigía con firmeza a las doce portadoras del paso. Le seguían autoridades civiles y militares, así como un grupo de doce jóvenes vestidos de oscuro —procedentes de la catequesis de confirmación— que también ejercían como porteadores, escoltando el paso en cada tramo.
Durante el recorrido, marcado por el silencio y la oscuridad, solo se escuchaban el golpe seco del bombo y el arrastre metálico de las cadenas. Las calles estaban abarrotadas. Desde niños hasta mayores esperaban con respeto y emoción el paso de la imagen.
Uno de los momentos más impactantes fue la tercera estación, que tuvo lugar ante la desamortizada iglesia del Cristo de las Misericordias, el llamado “Cristo Viejo”, antigua sede del patrón local. La imagen se detuvo mirando de frente al templo, mientras los vecinos rompían a llorar o fotografiaban la escena entre susurros de asombro.
Estaciones con alma: del Cristo Viejo a San Juan Macías
El recorrido, cuidadosamente diseñado, incluyó puntos de alta carga simbólica: la calle Virgen del Pilar, Príncipe de Asturias, la ermita del Cristo Viejo, el Coso, Cristóbal Colón, Cervantes, Providencia, San Juan Macías, Mercado, Cura e Iglesia.
En cada estación se meditaba en silencio, con breves lecturas, antes de continuar. El paso se detenía en lugares claves como la residencia de mayores San Juan Macías y la casa de acogida de la Providencia, donde los portadores realizaron emotivos balanceos del Cristo en señal de saludo y bendición.
Uno de los tramos más intensos fue el de la estrecha calle Cura. Allí, el eco del bombo se multiplicaba, y el silencio era tal que se oían respiraciones entrecortadas y algún que otro sollozo. “Después de hora y media, lejos de cansarse, los portadores parecían coger más fuerza. Era como si el Cristo caminara con nosotros”, contaba uno de los cofrades.
Un cierre entre lágrimas, cantos y compromiso
La entrada en la parroquia fue tan solemne como la salida. Tras el relevo de portadores en la última estación, el Cristo fue girado a la altura de la puerta para despedirse del pueblo. Luego, con el templo lleno hasta los topes, se celebró la decimocuarta estación del Vía Crucis.
El golpe seco del llamador del capataz marcó el final. En ese instante, los cofrades y el público comenzaron a entonar “La muerte no es el final”, mientras el Cristo avanzaba por el pasillo central hasta ser colocado al pie del altar mayor.
La Hermandad, que ya cuenta con 92 miembros —43 de ellos con hábito—, hace un llamamiento a la comunidad para seguir cuidando y ampliando esta tradición recuperada. “Este será solo el comienzo”, aseguró el párroco. “El Cristo del Rosario volverá a salir cada Miércoles Santo. Es un patrimonio de todos, una herencia que debemos proteger para las generaciones futuras”.
Ribera del Fresno no solo recuperó una procesión; recuperó una parte de sí misma. Y lo hizo en silencio, con incienso, cadenas, lágrimas… y esperanza.