Y pensábamos que la ideología no era un asunto nuestro…

Y pensábamos que la ideología no era un asunto nuestro…

Después de un año fuera de las aulas dedicado a otros menesteres educativos de gestión, uno se queda perplejo cuando al llegar a la primera línea del frente, se encuentra que la agenda woke también está presente en una etapa tan peregrina como pudiera parecer para estos asuntos del adoctrinamiento ideológico.

Comienza un nuevo curso y las expectativas, como siempre, arrojan una cierta esperanza. ¿Cómo si no pudiera uno asumir el reto que le corresponde enfrentarse a un aula repleta de alumnos?

Bien es cierto que el ánimo se va sesgando año tras año puesto que es inevitable palpar la progresiva degradación a la que el sistema educativo está sujeto.

Tal opinión se fundamenta en lo empírico, concretamente, en el perfil base del estudiante que se incorpora en las etapas finales de la enseñanza como es el caso de la FP, en donde llegan alumnos cada vez menos formados (esto es un hecho que cualquier docente conoce sobradamente) y de la que salen, también, profesionales menos cualificados.

Vaya por delante que el que suscribe esto piensa que es el alumno el mayor damnificado de todas estas tropelías dictadas por ciertos pedagogos (algunos lobistas confirmados) y que, con la connivencia explícita de la política de turno, incorporan sus ocurrencias ideológicas como “mejoras”, siendo el resto de integrantes de la comunidad educativa unos cautivos de tales decisiones torticeras.

Sobre lo segundo me gustaría hacer unas pequeñas apreciaciones poniendo el acento en la nueva reforma normativa de la FP, una declaración de intenciones que en un principio sonaba muy bien y sobre la que yo tenía puestas muchas esperanzas, pero que poco a poco está dejando entrever toda una serie de puntos oscuros ciertamente preocupantes.

Y no voy a referirme al abandono que las administraciones tienen para con los centros educativos en cuanto al acompañamiento en este traumático proceso de adaptación al nuevo enfoque “dual” de la enseñanza (sobre el papel, una necesidad imperiosa, insisto), muchas veces motivada por la inexistencia de instrucciones claras y precisas de lo que se cuece en las altas instancias ministeriales. 

Tampoco quiero reseñar la dificultad extrema que tiene para un territorio como el extremeño, con un raquítico sistema productivo incapaz de asumir la ingente y creciente demanda de centros de trabajo para prácticas, y para lo que no se están poniendo medios suficientes que palíen la dificultad que entraña la localización de los citados puestos.

Lo que ahora toca denunciar es una cuestión de calado estructural, es decir, sobre los llamados planes de estudio. Después de un año fuera de las aulas dedicado a otros menesteres educativos de gestión, uno se queda perplejo cuando al llegar a la primera línea del frente, se encuentra que la agenda woke también está presente en una etapa tan peregrina como pudiera parecer para estos asuntos del adoctrinamiento ideológico.

Esta cuestión tiene que ver con una materia residual en cuanto a su carga horaria pero suficientemente lesiva para la organización interna de las enseñanzas (entre otras cosas retiene un tiempo precioso que puede ser empleado en la formación específica para la profesión de turno), como es la aberrante “sostenibilidad para el proceso productivo”, o lo que es lo mismo, la propuesta de la agenda 2030 en la FP.

Sin un objetivo claro para dotar de mejores competencias profesionales, personales y sociales al alumnado salvo el del mero hecho de “difundir el mensaje”, los docentes de esta etapa nos encontramos con esta “perla” vista por muchos como la típica materia que sirve para completar horario, una ocurrencia más, pero sin importancia ninguna, pero para otros como es mi caso, el estupor es grande.

Era raro que al final no sucumbiéramos también a la sombra del pensamiento único imperante, ya lo habíamos hablado algunos compañeros hace tiempo, y he aquí la materialización del desembarco ideológico en la FP.

Ante esta coyuntura uno puede tomar dos posturas: o poner el grito en el cielo y envenenarse la sangre o, por otro lado, aprovechar la circunstancia que el marco nos brinda y esto es lo que he decidido hacer. 

Y es que tras la frustración inicial viene la calma, y tras analizar con detalle las cosas, se me vino a la cabeza a Junger y su ensayo La Emboscadura cuando se refería a la resistencia estoica de aquel que se opone a las tiranías desde dentro del sistema.

Es obvio que en un marco reglado las bridas marcan los límites de nuestras competencias docentes y para coexistir dentro no se pueden violar esas limitaciones, pero sí se pueden dar pasos alternativos que dibujen una zancada distinta, algo que sí lo permite el encaje del marco curricular de enseñanza.

Así, en este ejercicio de contribución a “la formación de las personas adultas” que también tiene la FP (entiendo que por ahí es por donde han justificado el asunto aunque como el descaro es tan grande lo mismo ni eso se ha tenido en cuenta para justificar la fechoría), podría ser interesante fomentar un espacio para la reflexión de este asunto peliagudo que nos atañe, de contribuir a dotar de un juicio crítico mostrando la realidad que transmite el currículo pero también la contraria, y que sea el alumno en pleno dominio libre de sus facultades mentales el que le permita obtener un juicio crítico y acertado sobre este tema. 

Esto es, sin duda, muy motivante y una obligación diría yo para alguien que cree que los cambios se suceden desde la mínima aportación que cada uno de nosotros puede hacer a la causa. Los docentes, además, tenemos mucho que decir al respecto dada la privilegiada posición que tenemos, con mucha responsabilidad en aquello de forjar pensamiento crítico donde los paradigmas sean la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Y es por ahí es por donde vamos a tirar. A ver qué pasa…

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